Ese sentimiento que para muchos de nosotros es nuevo, para otros estaba desde el nacer, ese grupo que nació en extrema pobreza, limitados desde las cunas, obligados a luchar día a día por vivir otro día más.

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Ese sentimiento que para muchos de nosotros es nuevo, para otros estaba desde el nacer, ese grupo que nació en extrema pobreza, limitados desde las cunas, obligados a luchar día a día por vivir otro día más.
“Hoy en día sabemos cómo se hace todo, excepto vivir” escribía Jean-Paul Sartre, ¿no es esto un buen resumen de nuestro panorama actual? ¿Cómo pensar en el vivir cuando hay una amenaza constante que precisamente busca arrebatarnos la vida? Curioso o no, olvidamos algo importante, que hay un grupo humano que debe agradecer el mero hecho poder plantearse este tipo de preguntas en su día a día, el otro grupo humano, el grupo siempre olvidado, entre sus caminos extensos, entre su cansancio por buscar sobrevivir día a día intentando alcanzar el pan que le permita pasar otro día más, no tiene oportunidad de cuestiones de este tipo, incluso en el proceso de construcción de un porvenir hay un grupo que parte con desventajas.
Con la llegada de la pandemia la humanidad se ha visto totalmente confrontada con su vulnerabilidad, la naturaleza terminó por reírse en su propia cara del mundo globalizado, de la ciencia, incluso del mismo capitalismo que reinaba sin culpas. Sin embargo, todo lo que el virus identificado como Covid-19 genera no es más que un proceso, y como todo proceso hay un inicio, un desarrollo y un final.
El inicio fue devastador, recibir en nuestras vidas cotidianas la brutal violencia con la que irrumpió cada uno de los cimientos de nuestras vidas. El desarrollo es otro proceso en el cual la humanidad es trastocada diariamente por la incertidumbre, la angustia, la melancolía, pero sobre todo por la vulnerabilidad de tener nuestra supervivencia pendiendo de un hilo. Respecto del final, no es más que una gran interrogante, ¿Quiénes podrán ver el final de esta pandemia? ¿Hay esperanzas de plantearnos la existencia de un final? ¿Cuánto hay que soportar para tocar alcanzar ese final? Etc. Solo suposiciones impregnadas de esperanza, ilusión y quizás utopía.
En nuestros días, hay algunos países que juegan al regreso a su nueva normalidad, otros que pretenden censurar la difusión del estado en el cual su población se encuentra, otros países que se encargan de modificar las cifras para mantenerse bajo los focos de atención de los medios de comunicación internacionales, algunos pocos con orgullo afirman un cese definitivo de contagios. Creo, que todas estas medidas no son más que extensiones de la desesperanza que anda vagabundeando por todo el mundo.
Frente a la inexistencia de una vacuna eficaz para erradicar esta epidemia ¿es posible hablar de un triunfo? Cuando en la medida en que nos paramos a celebrar que los contagios se han frenado, nos olvidamos de que el virus sigue por ahí, y que en cuestión de segundos podría traer consigo otro tipo de consecuencias que no hemos considerado. Empero, no es momento de criticar, lo cierto es que, en el fondo, todos tenemos ese anhelo de un día poder salir de nuestras casas sin miedo, y volver a vivir, gritar que hemos vencido al virus. Lo importante es no olvidarnos de lo obvio, el virus sigue siendo una amenaza que anda por ahí, independiente de la reducción de los contagios y muertes. Aun no es momento de bajar la guardia y dejarnos llevar por la ansiedad y las emociones.
Estamos en tiempos en que las fantasías son nuestro mejor aliado y nuestro peor enemigo, fantasías de todo lo que haremos en un futuro próximo, versus las fantasías que nos permiten visualizar un porvenir devastador en el cual estaremos más limitados que lo que estamos. Ahora, cuando todos en menor o mayor grado estamos dispuestos a reflexionar, donde la sensibilidad nos gobierna, donde cualquier indicio de esperanza nos impulsa a correr tras ella. Es ahora el momento preciso para en realidad pensar ¿pensar en qué?
Ahora es momento de sentarnos y pensar en cómo nuestras vidas pasadas nos llevaron a esto, por correr tras los avances tecnológicos y darle importancia a la economía, olvidamos lo esencial, la vida. Hoy muchos pueden tener aseguradas cosas materiales, pero nadie tiene asegurada su vida o evitar el contagio. ¡Incluso! Ahora es momento de pensar en aquellos que antes de la pandemia no tenían vida, ese grupo de la tercera edad que por cosas de la vida terminó en sus soledades encerrados, ese grupo humano que sentía angustia por no saber si el día siguiente se contará con lo mínimo para vivir. Hoy todos estamos en la misma situación, a todos nos inquieta el mañana, con la diferencia de que para muchos esto era algo permanente.
¿Cómo se siente la extrema vulnerabilidad de no poder asegurar completamente nuestro existir el día de mañana? Ese sentimiento que para muchos de nosotros es nuevo, para otros estaba desde el nacer, ese grupo que nació en extrema pobreza, limitados desde las cunas, obligados a luchar día a día por vivir otro día más. En medio del vacío sobre el cual caminamos hoy, tendremos que iniciar un proceso de construcción, tras ser derrumbada nuestra vida, llegará el momento en que todos tendremos que comenzar a movernos, esperemos que, en ese momento, la pandemia nos haya permitido reflexionar lo suficiente para poder sacarnos las vendas de la individualidad. Solos no somos nada, juntos podemos serlo todo.
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