Publicado Febrero 26, 2021
APROPOSITO DE LA POLEMICA EN FRANCIA ENTORNO AL “ISLAMO-GAUCHISMO” * Y DE LA RESPONSABILIDAD DEL INTELECTUAL
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En el caso de Francia, por ejemplo, tenemos que 7 de cada 10 ciudadanos (69 %) no están indignados por la acusación de “Islamo-gauchisme” lanzada por el Ministerio de Educación Superior en contra de algunas facultades e intelectuales que vienen trabajando los temas decolonialidad/poscolonialidad desde las Ciencias Sociales y Humanas.

Va siendo hora de que las y los intelectuales nos responsabilicemos de nuestros propios monstruos. Cuando en el marco de nuestros cursos no se precisa -desde el inicio- a partir de qué lugar hablamos y mezclamos (indistintamente) nuestras convicciones políticas y nuestros resultados de investigación, sin precisar los contornos, no debe sorprendernos que el malentendido domine y que lo que hacemos sea interpretado como el efecto simplista de una militancia teleguiada desde una presunta fracción partidista.

No estoy sugiriendo vaciar la universidad de su incontestable contenido político, ¡faltaba más! Tampoco se trata de suponer que nos despojemos de nuestras convicciones y hablemos desde una objetividad impoluta, no. Se trata más bien de exponer los hechos (históricos, políticos, sociales, culturales etc.): mostrar las formas en que estos se han interpretado y luego indicar las nuevas lecturas e interpretaciones, precisando, si lo deseamos, que desde nuestra interpretación personal (habitada por nuestras simpatías políticas) “los hechos los analizamos de esta o de esta otra forma”.

Recuerdo que en los albores de los años 2000 un muy conocido colega que trabaja la decolonialidad llegó a Francia a hablar de esta naciente teoría (un paradigma potente y con una semántica critica de impacto que desestabiliza las lecturas clásicas de la modernidad), me interese de una en ello y lo seguí muy de cerca hasta el día en que en medio de una charla informal en un barrio a las afueras de París y para un público eclético (en su mayoría de población musulmana practicante) lanzo expresiones sobre el antisemitismo de Marx o el carácter fóbico del Estado francés en contra de los musulmanes y Magrebinos (del norte de África). Al salir le manifesté mi incomodidad pues me parecía delicado ese tipo de discurso que puede tener lugar en un anfiteatro con estudiantes que regresaran en unos días y con los cuales podrás debatir y precisar elementos e incluso resolver los eventuales malentendidos. Recuerdo que le sugerí a mi colega que en estos espacios con la sociedad civil convenia presentarse como intelectual-militante para evitar los malentendidos.

En ese momento ya veía yo lo que podía ocurrir, y está ocurriendo, esa amalgama simplista, reduccionista e inerte que se hace entre, por un lado, los paradigmas de la decolonialidad/poscolonialidad y, por el otro lado, los movimientos políticos de la denominada extrema-izquierda. Llevo un año comentando en las charlas y conferencias que he dado, la importancia de distinguir dos tipos de decolonialidad: una hospitalaria y necesaria que le da duro desde la epistemología a la comprensión clásica y homogenizante de la modernidad (sus proyectos políticos, culturales, sociales, etc.) y otra radical que como estrategia de lucha política vehicula los conceptos de la primera para posicionarse en el campo de batalla política y no necesariamente teórica. Esto último es más que bienvenido y necesario, pero a condición de dejarlo claro y asumirlo sin medias tintas.

Me llamaran reaccionaria, neoconservadora, colonizada y todos los otros epítetos que deseen, pero creo que al no hacer esto estamos deteriorando el propio trabajo teórico (y su potencial desarticulador y emancipador), toda vez que este será juzgado desde la institucionalidad como el discurso (no científico) militante de un(a) docente.

Lo anterior termina haciendo que los paradigmas valiosos y necesarios de la poscolonialidad y la decolonialidad sean reducidos a meras opiniones revanchistas por las instituciones oficiales, cierto, pero también por la propia ciudadanía. En el caso de Francia, por ejemplo, tenemos que 7 de cada 10 ciudadanos (69 %) no están indignados por la acusación de “Islamo-gauchisme” lanzada por el Ministerio de Educación Superior en contra de algunas facultades e intelectuales que vienen trabajando los temas decolonialidad/poscolonialidad desde las Ciencias Sociales y Humanas. ¿La pregunta aquí es, por qué la ciudadanía cree en la existencia de ese “Islamo-gauchisme”? o en cualquier caso no le sorprende que algo así pueda existir.

Esa pregunta no se responde únicamente indignándose y acusando al campo adverso de “fascista” o de “neocapitalista”. Hay que ver la situación en perspectiva histórica, en el contexto de los últimos 20 años y los antecedentes del último año ocurridos en este país. Si no estamos dispuestos a dar la batalla de las explicaciones y clarificaciones, no estamos listos para ninguna batalla.

Lo que he visto pasar la última semana, son las dolencias de los colegas que se sienten indignados y acusados por un Estado fascista y racista. Colegas que apelan a sus propias trayectorias para dar cuenta de lo abyecto que resulta ese discurso oficial, pues ese es una parte del proceso, el siguiente en mirarse la viga en el propio ojo y ver con cabeza fría en que hemos sido incapaces de hacer pasar el mensaje clave: la modernidad como se venía leyendo, debe ser deconstruida a la luz de nuevos elementos históricos, sociales, raciales, de género, etc. Que la batalla de los egos de cada campo en disputa no termine por oscurecer aún más el valor y potencial de estos nuevos paradigmas de análisis.

Va siendo hora de que las y los intelectuales nos responsabilicemos de los monstruos que hemos alimentado al no separar del todo teoría y praxis. Al presuponer que nuestras posturas y discursos son claros al interior y fuera de la universidad; al presumir que nuestros propios discursos teóricos son necesariamente evidentes para toda(o)s la(o)s ciudadana(o)s . Va siendo tiempo de que aceptemos que no es ni cobarde, ni una fatalidad, ni errado hacer la distinción entre teoría y praxis. Cuando esto no se hace, se produce el malentendido, la amalgama simplista y acusadora que supone la existe de una necesaria connivencia teórica con causas o partidos políticos.

*El termino presupone una proximidad teórica entre las teorías decoloniales / poscoloniales y el islamismo radical armado y terrorista.

Paris, 25 de febrero de 2021