Publicado Noviembre 11, 2021
De la "potentia gaudendi" al abuso electoral
Cuerpo
En el caso de que no logremos detener el abuso, corremos este riesgo de magnitud, llegar a perpetrar la anulación del otro, que es la desintegración de la posibilidad del nosotros. Desde hace tiempo que en todas y cada una de las aldeas democráticas, cuando se llama a una elección o se dispone la instancia electoral, lo que está en juego es esto mismo, nada más y nada menos. 

El concepto de Paul Preciado fuerza orgásmica o potentia gaudendi  es propuesto como fundamento, como devenir del todo, que incluirían las instituciones o la institucionalidad que parecen flexibles o moldeables, pero que son rígidas, férreas e infranqueables como las estructuras políticas que vestidas o pintadas de una exterioridad democrática, reducen nuestra experiencia a cuerpos despojados de sustento y de sustrato, órganos coordinados mínimamente para sobrevivir, retratando, multiplicando y difundiendo esta mera supervivencia” adelanta el ensayista correntino. 

“A pesar de que estamos acostumbrados a hablar de sociedad de consumo, los objetos que consumimos son el confeti sólido de una producción virtual psicotóxica. Consumimos aire, sueños, identidad, relación, realidad, gracias a la gestión biomediática de la subjetividad, a través de su control molecular y de producción de conexiones virtuales audiovisuales” (Preciado, P. “Testo Yonqui”. Anagrama. Barcelona. 2020. pág 44.) 

En el campo político reducimos, sintetizamos la política, es decir la interacción humana, la complejidad de administrar las tensiones de lo individual y lo general, en la gragea, en la pastilla de lo electoral. Amputamos la vinculación, el diálogo, la posibilidad de encuentro o entendimiento. Así como analiza Preciado en su libro y en su cuerpo (dado que escribe el mismo inyectándose tetosterona a diario por casi un año), la sexualidad devenida en Viagra, fetichizada en dildo o consolador, la dificultad, distorsionada por el lubricante y aromatizada por un higienismo irrestricto que consagró evitar el sudor y el hedor, mediante la virtualidad, la democracia está siendo sepultada, por el simbolismo de lo electoral, donde hasta las campañas políticas, pierden color y sabor, desnudando el sinsentido que representan y mediante lo cuál aún siguen pretendiéndose legales y legítimas.

 “El burdel es la razón de ser de la ciudad moderna. La ciudad moderna es el burdel. Cuando una medida política intenta acabar con la prostitución en la ciudad o llevar la prostitución fuera de la ciudad, lo que dice en realidad es: Necesitamos invisibilizar aquello que de urbano hay en la ciudad, extender la ciudad más allá de la ciudad”. (Ibídem, 198). 

Esto mismo sucede con lo democrático, ya no hacemos uso de lo que propone o significa esencialmente, no intercambiamos ideas, no pensamos, no disputamos la prioridad mediante el concepto y haciéndonos cargo de la contradicción y la administración de las mismas, todo es democrático y por ende nada lo es, extendemos el significante, transformándolo en amo, y convertimos la democracia en un autoritarismo opresivo, que persigue, tortura y maniata, desde adentro de todos y cada uno de los que no podemos salir de la condición de sobrevivientes en la que estamos reducidos, nos urge salir de la horda.

Lleva tiempo, tratar de entender, las dislocaciones, las fracturas a las que asistimos de las lógicas binarias que pretenden confrontaciones agonales entre facciones unívocas. Las palabras median, entre el hecho y su recuerdo.

Salirnos del encierro de tales categorías, tal vez nos permitan pensar más allá de ganar y perder. De haber sido abusado para no abusar (para dislocar el círculo vicioso y pernicioso que nos ofrece la mera pretensión de saciar un apetito, de eclipsar o anular el placer con el goce).

Nadie escapa de lo paradojal.  El poder es sólo aquel que te permite brindarte y abrirte al otro, sin que comparemos las heridas cicatrizadas, alejando de tal manera el impulso de lastimar y dañar, porque, como todos, alguna vez fuimos alcanzados por el temible pavor de reaccionar sin querer ni comprender. 

El abuso estadístico, a decir de Borges, en el que muchas veces deviene lo democrático, no debe ser ocasión para demonizar lo electoral. Tampoco sacralizarlo. Sin la misma no se puede, pero tampoco, únicamente, como hace tiempo seguimos creyendo, con lo electoral nos alcanza. 

La finalidad de las mayorías no pasa por la ubicuidad de una sola o prioritaria, pretensión, exclusiva y determinada. Son tantas y tan variadas, como insondables y contradictorias. En caso de que no puedan ser escuchadas o interpretadas tales demandas o aspiraciones, cada quién que circunstancialmente obtenga una pócima de poder, en el frenesí, que luego será acabose, de su culminación, de su saciedad de goce, anulará o impedirá que los otros sigamos siendo o tengamos al menos el deseo de continuar luchando. 

En el caso de que no logremos detener el abuso, corremos este riesgo de magnitud, llegar a perpetrar la anulación del otro, que es la desintegración de la posibilidad del nosotros. Desde hace tiempo que en todas y cada una de las aldeas democráticas, cuando se llama a una elección o se dispone la instancia electoral, lo que está en juego es esto mismo, nada más y nada menos.