Publicado Junio 12, 2021
El dulce sabor de las fracciones
Cuerpo
La costra política parasitaria se pasó tan rotunda desautorización por los “Acuerdos por la paz y la democracia”, aprovechando el descomedido gesto para imponer otra fracción, la de los mencionados dos tercios, con la vana esperanza de bloquear todo lo que no satisficiese sus ansias de seguir mangando (mangar: robar, hurtar, saquear).

En la dichosa memoria de lo que fue mi infancia, los llamados ‘números quebrados’ remontan al segundo año de las Preparatorias.

La ‘señorita Raquel’ –maestra que me acogió en una Escuela de Niñas en mi primer año de educación primaria– se limitó a enseñarnos a leer y a escribir insistiendo en el dibujo caligráfico de vocales y consonantes en una suerte de libro de partituras, –aventura dificultada por el uso obligado de plumas que había que sumergir en un tintero provocando la inevitable caída de gotas que dejaban en tu hoja una ignominiosa huella en plan Rorschach, desventura que tal vez explica mi posterior escritura cuneiforme y el definitivo abandono de las ‘lapiceras’–, y por cierto las cuatro operaciones acompañadas de las tablas de multiplicar, vano esfuerzo de mecanización de sencillos cálculos que el cerebro efectúa con mayor celeridad y ventaja.

Los ‘números quebrados’ los aprendí pues del profesor Parra, más conocido como el “chico Parra”, del cual también guardo el conmovedor recuerdo del aprendizaje de las potencias, comenzando por las potencias de diez, eso de 10, 10 al cuadrado, 10 al cubo, 10 a la enésima potencia, esa suerte de cosas. Nada muy complicado, tú ya sabes, 10, 100, 1000… y así. Las fracciones eran otra cosa: quebraban más cerebros infantiles que números, pero debo reconocer que se me dieron bien.

Por ahí aprendimos algunos signos de notación matemática, suerte de chino mandarín o de alfabeto griego que –como vi más tarde– también entra en línea de cuenta. Los símbolos que te cuento son > (mayor que), < (menor que), = (igual) y sus combinaciones ‘igual o superior a’, ‘igual o inferior a’, para no hablar de la noción de identidad representada por tres rayas horizontales una sobre otra.

Todo esto para explicar que tenía apenas 7 u 8 años de edad cuando ya sabía que 4/5 > 2/3, o dicho de otro modo que la fracción cuatro quintos es mayor que la fracción dos tercios. Así como lo lees. Expresado en porcentajes, cuatro quintos es otro modo de decir 80%, mientras que 66,666% es la forma porcentual de la fracción dos tercios. ¿Capici? Tu lo miras como te salga de la uretra, pero 80% es mucho más que 66,666%. Punto. ¿Y ahí? Espera, aquí viene.

Cuatro quintos, o sea un 80%, es la proporción de ciudadanos que en el plebiscito aprobó no solo el cambio de Constitución sino además que la costra política parasitaria quedase al margen de ese proceso. ¿Porqué? Por eso de que no le puedes confiar la eliminación de las trampas, manipulaciones y chanchullos a los autores de los chanchullos, manipulaciones y trampas que les permiten vivir del cuento.

La costra política parasitaria se pasó tan rotunda desautorización por los “Acuerdos por la paz y la democracia”, aprovechando el descomedido gesto para imponer otra fracción, la de los mencionados dos tercios, con la vana esperanza de bloquear todo lo que no satisficiese sus ansias de seguir mangando (mangar: robar, hurtar, saquear).

La imposición de reglas ex ante–Cara: gano yo, Sello: pierdes tú–, fue el chaleco salvavidas para quienes han impuesto su voluntad durante ya 48 años… Agarrados a ese flotador, y a una sólida y exhaustiva manipulación del voto ciudadano, esperaron obtener al menos el tercio de convencionales que permitiese bloquear toda decisión contraria a sus egoístas e ilegítimos intereses.

Sin embargo, la realidad, o el genio y el cabreo popular, mostraron su infinita creatividad. Los ‘dueños del Club privado llamado Chile’ (la expresion es de ellos) no lograron elegir un tercio de los convencionales. Ni con el burdo truco que consistió en inventar candidatos “independientes” a granel.

Un cabecilla del Pacto Apruebo Dignidad me confió el lunes 17 de mayo: “Si no fuera por todas las trampas, trucos y pillerías, amén de los candidatos supuestamente independientes que llevamos todos… los verdaderos independientes hubiesen sacado 80% de los convencionales”.

En estos días, un grupo de convencionales I++ (notación matemática que designa a los verdaderos independientes) ha exigido deponer la regla tramposa de los dos tercios. Basado mayormente en que quienes buscan sumir a Chile en una horripilante glaciación son una ínfima minoría. También en que ninguna asamblea ciudadana puede aceptar que los resabios de la dictadura continuen imponiendo las reglas ad eternum. Y, last but not least, en que los zigzagueos de una "izquierda" proclive a la "cocina" hacen temer un eventual contubernio.

Lo que los especialistas en procesos electorales yanquis llaman el Momentum, o sea la dinámica, la fuerza real, la voluntad ciudadana, está en favor de un cambio real y profundo.

Alain Peyrefitte –eminente colaborador del General de Gaulle, fino analista y mejor escritor– afirmó alguna vez: “Las elecciones sirven para cambiar gobiernos, no para cambiar de régimen político”.

Lo que ocurre en Chile no es una revolución. Alain Badiou define una revolución como un movimiento insurreccional que se apodera del poder para cambiar radicalmente el régimen político y económico.

No es lo que hoy ocurre en Chile y, hasta nuevo aviso, nadie se ha propuesto –públicamente– ir más allá de terminar definitivamente con los resabios de una dictadura diluída en agua de transición.

Para ello se cuenta con el apoyo de más de cuatro quintos de la ciudadanía que se expresó en las urnas. Contrariar esa voluntad ciudadana podría provocar –en reacción– un movimiento aun más radical.

Uno que pudiese llevar hasta la “revolucionaria” medida que consiste en recuperar para el pueblo de Chile la propiedad colectiva de las riquezas básicas, Cobre, Litio, Agua, el Mar y las riquezas pelágicas, la Energía… y la restauración de los Servicios Públicos: Salud, Educación, Previsión y aun otros.

En Chile no hace falta ser temerario para ser revolucionario. Visto que en Chile hasta el sentido común es revolucionario.