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Si la racionalidad neoliberal tiene un efecto decisivo es el constituir sujetos que obedecen a la forma empresa: sujetos que se identifican a un individuo y que construyen la imagen de sí mismos a partir de la idea del emprendimiento. Desde muy antiguo, la tradición greco-árabe sabía que los seres humanos experimentan alegría y dolor en virtud de las imágenes y desde que Jaques Lacan subrayara el “estadio del espejo” como experiencia de subjetivación, sabemos que la imagen asume un papel constituyente en la creación de la subjetividad.
Justamente devenir sujetos no es cualquier cosa. Implica la participación de una serie de mecanismos y técnicas de poder que operan cotidianamente. En estas técnicas se produce una subjetividad, es decir, el pliegue de una superficie sobre sí que ofrece una imagen de sí y de los otros. La racionalidad neoliberal es justamente una “racionalidad” no solo porque es capaz de articular una concepción del Estado y la sociedad, sino, sobre todo, porque puede “subjetivar” de una determinada manera, esto es, puede constituir a un sujeto bajo la imagen de la empresa porque articula un conjunto de técnicas de docilización de cuerpos capaces de constituir esa imagen. La empresa deja de ser la institución que está “fuera” de los individuos y pasa a ser la imagen misma que cada individuo tiene de sí. En la época neoliberal todo pasa por el “yo”. “Yo quiero” adviene como la única demanda, más importante, decisiva.
Del centro puesto en el “hombre” se pasó al centro puesto en la “libertad individual” que, según Hayek, no definía a cualquier tipo de “libertad” sino la de aquél agente propiamente emprendedor, libertad económica. Libertad es la libertad de emprender, la libertad económica que opera como paradigma de toda libertad. En ella, el “yo” se erige en empresario que calcula sus movimientos en virtud de la utilidad, el costo-beneficio o cualquier otra forma económica de decisión.
Pero, más allá del discurso neoliberal que solo ve “soberanía” en el Estado, justamente su forma de subjetivación erige al “yo” individual como único soberano. No hay Estado, no hay necesariamente “otros”, sino tan solo “yo”. Un “yo” que puede asumir los riesgos de su “libertad” (una especie de existencialismo economicista) precisamente porque el término “libertad” deviene enteramente una forma de soberanía. En este sentido, la episteme neoliberal no puede pensar más allá de la soberanía y, por esta misma razón, no puede ir más allá del horizonte metafísico de cierta modernidad (Kant), a pesar que lo radicaliza ya no como “tragedia” sino como “farsa” (los teóricos neoliberales son “neo-kantianos”). En cuanto soberano el “yo” deviene libre porque experimenta una “hipertrofia” en el que no existe más ley que la de él, no hay más “otro” que un “competidor”, y no hay mas mundo que el del capital.
En esta escena, me interesa subrayar el lugar que este “yo” hipertrófico y neoliberal tiene en la actual crisis sanitaria que se vive en diversos lugares, insistiendo en que su expresión “ultraderechista” que exige no usar mascarilla pues, como decían los trumpistas, constituye un modo “comunista” de dominación, no es más que la radicalización de esta hipertrofia del yo constituida en la episteme neoliberal. En otros términos, lo que habitualmente aparece bajo la forma del “fascismo” en realidad es el modo extremo de un mismo tipo de subjetivación. El yo como soberano como “libre” se expresa con diversas modulaciones, desde la del “emprendedor” que ha constituido su imagen para sobrevivir en la precariedad de UBER, hasta el modo “fascista” que se manifiesta en las marchas “trumpistas”. Mi sugerencia es que la forma “fascista” no puede ser “anómala” a la forma de subjetivación neoliberal sino su expresión última, el momento en que la “libertad” como imagen de sí mismo, se expone públicamente con la violencia característica de una episteme que solo ve al otro como un competidor y a la sociedad como un campo de desigualdad que depende exclusivamente de la capacidad de emprendimiento de cada uno: si se es pobre fue probablemente porque no ha emprendido lo suficiente (en chileno: es pobre porque quiere, porque es flojo).
Mi vida es “mía” y decido libremente si usar o no la mascarilla, así como decido todas las demás cosas, es la hipertrofia de la libertad o sea, de la soberanía del capital en la forma más radical por la que deviene un modo de subjetivación. Para el “yo” primero y el mundo después, no existe ley pública, ni consenso social que deba ser respetado. En este sentido, la racionalidad neoliberal se aleja definitivamente del “contractualismo liberal” clásico y aleja a la misma época fuera de todo contractualismo.
La violencia de nuestro tiempo tiene que ver exactamente con esto: expone el reverso del contractualismo, el lugar en el que se dirime la “guerra de todos contra todos” que termina completamente identificada a la lucha del mercado por el que los individuos emprenden y se esfuerzan cada uno contra otros para realizar el mejor emprendimiento posible. En otros términos, difuminado el “contrato social” solo queda el capital como fuerza de devastación planetaria y la hipertrofia del “yo” como pura anarquía del poder, esto es, la agencia que solo exige “ser libre” en cada momento a expensas del otro, la sociedad, el mundo.
No se trata, simplemente, de lamentarse por el “egoísmo” del sistema como los estertores de un cierto cristianismo tiende a acusar, ni tampoco a situarse desde El Mercurio como el pastorcito que ve el espectáculo de las zapatillas para decir “¿ven? ¡los chilenos no querían revolución, sino mercado!” –como si sólo él pudiera entender que “quieren” los chilenos.
Más bien, se trata de destituir el dispositivo de subjetivación neoliberal que fue impuesto por más de 30 años, tal como lo ofreció la revuelta de Octubre que aún vibra en nuestros cuerpos y que, de seguro, seguirá en pie de guerra contra ese “yo” hipertrófico que, violentamente, sintetizó libertad, empresa y soberanía en la individualidad de un solo cuerpo. Solo en virtud de dicha síntesis el neoliberalismo se consuma en una forma fascista. Porque en ambos el yo deviene hipertrófico.
La revuelta de Octubre, superpuesta a la pandemia del COVID19, ha tensionado las formas neoliberales de subjetivación abriendo otras posibilidades para imaginarnos a nosotros mismos, más allá de la imagen “empresarial”. Otros modos de devenir, otras formas de ser y, por tanto, otro modo de vivir, es lo que efectivamente está en juego en la protesta mundial en curso.
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