Nada dice el mandatario acerca de los clamores del pueblo que exigen la convocatoria a una asamblea constituyente que genere una nueva Constitución política, esta vez legítima y democrática.

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Nada dice el mandatario acerca de los clamores del pueblo que exigen la convocatoria a una asamblea constituyente que genere una nueva Constitución política, esta vez legítima y democrática.
La principal certeza y quizás la única, que deja la explosión social que conmociona a Chile es que de aquí en adelante el país no volverá a ser el mismo: hubo un penoso antes que se extendió más de la cuenta – 46 años – y asoma un después repleto de inquietudes cuyo destino debe comenzar a determinarse en estos días decisivos.
Hasta ahora el presidente de la República, siempre lejos de la calle, no entiende nada. Da palos de ciego, manotazos de ahogado, declara la guerra y al día siguiente pide perdón, y en sus intervenciones pareciera que cree que las marchas masivas efectuadas en todo el país han sido en su apoyo.
Cual candidato en campaña y bajo una inédita presión popular, Sebastián Piñera anuncia ofertones, detiene alzas excesivas que no tendrían por qué producirse y hasta hizo cambios entre sus ministros. Sacó algunos nombres y colocó otros que son más de lo mismo y no significan alternación alguna en el modelo neoliberal marcado por los abusos y las desigualdades.
Las políticas gatopardistas del piñerismo están en su esplendor. Pero en definitiva el jefe de Estado soslaya las reivindicaciones ciudadanas y plantea volver cuanto antes a lo que llama “la normalidad”, que sin eufemismos corresponde a la pasividad y el conformismo decretados por el orden oligárquico.
Nada dice el mandatario acerca de los clamores del pueblo que exigen la convocatoria a una asamblea constituyente que genere una nueva Constitución política, esta vez legítima y democrática. Tampoco hay indicios de medidas que lleven a superar la brecha de la desigualdad, ni a terminar con los privilegios tributarios a los superricos para comenzar un proceso de redistribución de la riqueza, de modo de mejorar sustancialmente los salarios miserables y las pensiones de hambre.
Mientras no se vean asomos de cambios estructurales está claro que millones de hombres y mujeres, y familias completas, continuarán protagonizando movilizaciones multitudinarias. La protesta del mundo de los patipelados es el punto de partida para un proceso democrático destinado a liberarse y a hacer posible la prosperidad de quienes en el pasado reciente tuvieron la desgracia de caer en manos del neoliberalismo salvaje.
El estallido popular demoró décadas hasta que al fin se ha producido como respuesta contundente a las arbitrariedades patronales. El modelo explotador se gestó y estructuró durante la dictadura y fue prolongado por las dos derechas que asumieron el gobierno en la “transición” y se alternan amistosamente en La Moneda sin reparos.
Lo ocurrido en este octubre histórico, luego que grupos de estudiantes abrieran los fuegos y mostraran el camino a través de la evasión masiva en el Metro, es la rebelión del pueblo contra el modelo y sus inequidades. No hay por qué aceptar a diario el desprecio hacia los desposeídos que ven cómo se favorece a una minoría insaciable identificada con la concentración económica, los desmesurados patrimonios e irritantes privilegios.
Paradojalmente este Piñera que no conoce la calle y sus penurias consiguió la “unidad nacional” que reitera con insistencia, pero en contraposición a sus propósitos lo que logró fue la unidad del pueblo, de los pobres y menos pobres y sus mujeres, de los asalariados, de los sin salario y sin casa, de los estudiantes, de los pobladores de zonas de sacrificio y de la legión de chilenos olvidados que recién comienzan a visibilizarse aun escapando de los carros lanza agua y lanza gases.
Criminalizado, sin articulación, carente de todo tutelaje de la casta política tradicional, el pueblo chileno movilizado que lucha por sus derechos espontánea y multitudinariamente, está enviando al mundo un mensaje admirable.
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