La voz de las culturas, que fueron silenciadas, durante siglos por la ignorancia supina de quienes se pretendieron dueños de verdades consagradas, por el burdo hecho de estar formalmente presentadas en rigores de medios que terminaron de justificar, fines (como genocidios) totalmente injustificab

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La voz de las culturas, que fueron silenciadas, durante siglos por la ignorancia supina de quienes se pretendieron dueños de verdades consagradas, por el burdo hecho de estar formalmente presentadas en rigores de medios que terminaron de justificar, fines (como genocidios) totalmente injustificables para lo humano, en su razón y sentir de tal.
Hubo un tiempo en que fue necesario lo otro, en respuesta a la historia milenaria del ser. Momentos, no tan lejanos de la diseminación. El curso, como decurso y recurso, de lo no establecido, emergió, como rizoma, desde su sentido horizontal, desde su expresividad, ajena a toda lógica formal, a todo patrón ortodoxo, en una suerte de danza caprichosa, de manifestación de lo oculto, de lo callado, de lo obturado, por las fuerzas ciegas de las estructuras rígidas que pretendieron imponer la religión de la autoridad.
En quechua ayñanakuy, significa pelear con palabras. Tal vez la disputa de la actualidad sea con nosotros mismos. En el salto a la ipseidad, poder comprender, asimilar e introyectar tendría necesariamente que ver, con nutrirnos de aspectos, de pliegues, de bordes, que por razones que sólo la sinrazón conoce, hemos dejado de lado, al punto de que ya no nos reconocemos en los espejos de agua natural, a los que venimos envenenando con los desperdicios de nuestras repeticiones, automatizadas e innecesarias.
Escribir no es un acto individual, como en un a priori se anatematiza. Tiene que ver el acto, con un primer momento, para que luego, consecuentemente, se produzca la segunda instancia, la del otro como lector. Acá no finaliza la obra, dado que la posibilidad de comprensión, de entendimiento, ofrece, una relación, un vínculo, un diálogo, entre sujetos que a partir de estas acciones, construyen o reconstruyen una comunidad.
Ponerle grilletes, condiciones, determinaciones, en nombre de un orden, de una amabilidad o bajo la tutela de que esos otros, a los que están dirigidas las palabras, no la entenderían si el conjunto de las mismas no lleva un apartado de conceptos claves, citas referenciadas en normas de estilo y demás requerimientos de la formalidad que ocluye y pisotea, no es más que un atentado a la manifestación de lo humano.
Gobernar no es más que volver a enjuiciar a Sócrates, en una suerte de eterno retorno, en donde cada tanto, fallamos, como cura o como veneno, a un individuo determinado, para aleccionar o referenciar a lo general o colectivo.
Recordemos el mito socrático. Enjuiciado por corromper, con sus ideas o en verdad con sus preguntas o cuestiones a los jóvenes de la sociedad establecida, es condenado a beber cicuta, para tal cómo explicaría el dicho popular luego, muerto el individuo (perro) se termine lo universal (rabia). En nombre de tal humanidad, como remedio para la misma, se envenena a uno de los suyos. El pharmakón como concepto pleno de lo humano y como elemento determinante y ordenador de lo político.
Las guerras o disputas como continuidad de la política por otros medios, siguen la luz de esta conceptualización, unos deben morir para que otros vivan mejor.
Hace tiempo que nuestro cuerpo enfermo, necesitaba de medicación. Todos y cada uno de los índices, reflejados en mucho de nuestros comportamientos, desnudaban la excepción cada vez más común de masas ingentes de pobres, marginales e indeseables, para que los menos que ya vivían bien, lo siguieran haciendo mejor.
A la luz de los acontecimientos, tenemos en verdad por delante, un nuevo momento bisagra en donde decidiremos (habrá que ver cómo se termina de conformar esta mayoría que decidira y cómo será la reacción de las minorías) para quiénes el pharmakón será cura y para quiénes veneno.
Como alguna vez la humanidad, ya decidió que era mejor, que algunos de sus exponentes siguieran respirando más allá de pensar, de la palabra respetar y hacerla circular, seguiremos escribiendo, no sólo hasta que el cuerpo diga basta (ya sabemos que la palabra escrita, la excede, esta es su magia) sino hasta la posibilidad de que por fuerza mayor de la imposición, se determine que sea nociva, peligrosa y enfermiza y que la expresión y con ella la libertad, en vez de ser considerada una cura, sea tratada y entendida como veneno.
Necesitamos volver a pensar, a sentir, a olvidar, a equivocarnos, a dialogar, a pretender ser la comunidad en esa interacción de deseos, muchas veces contrapuestos, en tensión, en ebullición, administrando las contradicciones que amenazan todos y cada uno de los sentidos que nos demandan el silencio mórbido de la anuencia, a cambio de una aprobación, de una certificación que nos diga que lo sabemos o que somos parte de algo.
Ñandutí es una voz guaraní que significa realizar un hilado, un tejido, símil a los desplegados por una araña para confeccionar su tela. De una complexión estética como funcional sin precedentes, tejer, es enredarse, en un arte, que por su accionar que no pretende un resultado o resultante, puede culminar en una parte de un vestido, de un objeto, o en el manifestarse del ser que imita, a la manifestación viviente que hace de tal enredo, su hogar y su forma de subsistencia.
Así como otrora, nos enriquecimos con el griego y con el latín, como últimamente con el francés y el alemán, no debemos perdernos la posibilidad de ser íntegros e integrar, más allá de un acto emancipador, decolonial o liberador, independientemente de qué se constituya en una práctica analéctica o exótica, la voz de las culturas, que fueron silenciadas, durante siglos por la ignorancia supina de quienes se pretendieron dueños de verdades consagradas, por el burdo hecho de estar formalmente presentadas en rigores de medios que terminaron de justificar, fines (como genocidios) totalmente injustificables para lo humano, en su razón y sentir de tal.
Inseminar nuestro vínculo, abortado, interrumpido, reintroducirlo, en un contacto más dinámico y menos intermediado entre lo que queremos y lo que pensamos, es la propuesta que anida en el significante de estas palabras.
La única pretensión, que se esconde en estos grafos, es la de recoger, retomar, lo que hemos olvidado, lo que dejamos, adscribiendo a la tesitura que nos iría mejor si descartabamos lo que no nos sirviera, para acumular, una aprobación, un tener y contar con algo más que otro, rompiendo de esta manera, dislocando, la comunidad, destruyendo el sinsentido, más sentido y cabal, el de comunicarnos para entendernos, sin etiquetas, sin calificaciones, ni clasificaciones, sin dueños, sin amos, sin patrones.
De a poco, tendríamos que llevar a otros escenarios, los escritos destinados a esas aprobaciones, que proponen relaciones desiguales de poder, en donde prevalece lo silente del pensamiento, para que el número de la nota, resignifique todas y cada una de las palabras, ya para tal entonces asesinadas, por la furia individualista, de quiénes tendrán el tiempo necesario para comprender, de todo lo que se están perdiendo, y que hacen perder, cuando cierran y aniquilan la posibilidad de una comunidad que tenga como sensación, razón y emoción, a la palabra como talismán, de lo necesario e imprescindible de que, pese a las letras, los vocablos, sus formas, tiempos, significaciones y significantes, expresos y ocluidos, todos en definitiva y cada uno de los que somos, hemos sido y seres parte de esta historia de lo humano, hablamos el mismo idioma.
Kolaval (Para el pueblo Tzotzil significa gracias.)
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