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Solemos pensar que la utopía es un punto de fuga a otra realidad, en tanto locus ideal, pero quizá en el neoliberalismo, entendido como “realismo del fin”, ¿Lo utópico no será precisamente la realidad en sí? ¿No es acaso el llamado a la “nueva normalidad” el nombre que adquiere en estos tiempos la promesa de la utopía capitalista? ¿No es justamente la señal de que no somos capaces de concebir una vida post-capitalista, sino bajo la imaginación de lo catastrófico como fin del mundo?
Tomemos como referencia inicial la tesis politológica –Desde Walter Benjamin a Jose Luis Villacañas- que sostiene que el sistema capitalista en su forma neoliberal opera bajo la lógica de una “teología política” productora de condiciones culturales de subjetividad que tornan tendencialmente imposible el gesto de imaginar una vida post-capitalista. El capitalismo será entonces no simplemente un sistema de producción y consumo, sino una suerte de religión, que opera bajo la estructura de la promesa de felicidad y auto-realización terrenal.
- Su Dios es el Capital en sí, como abstracción absoluta, con efectos en todo ámbito de la vida.
- Su ética es la maximización de la ganancia como sistema a-moral y transformacional. “Si se verifica que es más rentable ser feminista o anti-capitalista, ergo, lo seremos”.
- Sus fieles son consumidores/emprendedores entregados al goce de la explotación meritocrática y la fantasía crediticia aspiracional: el misticismo de la vida cotidiana extremada en sus recursos.
- Sus iglesias y parroquias son los centros comerciales divididos en magnánimos y periféricos.
- Su cúpula está en los centros transnacionales de especulación financiera.
- Sus documentos sagrados, privativos de la alta jerarquía eclesiástica, son los datos y algoritmos.
- Su doctrina está en la “forma Estado” como gobernanza pastoral de los cuerpos.
- Su biblia está escrita en la estructura redentora del discurso del marketing, circulante de modo omnipresente.
De allí que el capitalismo pasa a ser una promesa utópica como tal, en tanto reducto final de todo lazo social humano posible y deseable. Se trata de un registro de esperanza, que domestica los deseos y los cuerpos instalando una suerte de “inconsciente neoliberal”. Así, se podrá estar en contra del capitalismo, y criticarlo con asidua ilustración consciente, revelando con ello la falsa consciencia ideológica a la que conduce a las masas. No obstante, dicha enunciación crítica no es necesariamente libertaria del inconsciente neoliberal. Por ello, la subversión emancipatoria del capitalismo no pasaría exclusivamente por medidas económicas e institucionales, sino por un giro cultural radical, que genere imaginarios, placeres, encuentros, corporalidades, temporalidades, territorialidades y estéticas diferentes.
Se trataría de vivenciar colectivamente actos radicales o acontecimientos transformadores, que abran posibilidades en el Sujeto –una revuelta ideo/afectiva-. Dicho quiebre o fractura del orden neoliberal, se jugaría en producir una destitución subjetiva del Gran Otro del Capital y de la gobernanza pastoral del Estado, como las dos encarnaduras de la utopía neoliberal normalizada.
Sin ir más lejos ¿La revuelta popular de Octubre chileno abre fisuras que tocan lo (im)posible? ¿La utopía ha quedado al desnudo en sus tecnologías de dominación? ¿Hay allí el brote de una cultura que no podrá ser cooptada y re-colonizada por la forma Estado y por los flujos del Capital?
En definitiva, la revuelta no trae una utopía nueva, sino más bien, la potencia destituyente de la utopía actual como orden simbólico hegemonizado. En ese sentido abre una a-topia: un lugar sin mapa, una proliferación no calculable, una ensoñación no domesticada.
Los imaginarios instituyentes, como imaginación popular, no representan una nueva utopía unificada que opera como una suerte de sueño ideal proyectado al futuro para huir de esta triste realidad. De hecho, esa aproximación ingenua es una “gastada, romantizada e idealizada” izquierda que conduce a un fracaso absoluto. Esa ha sido justamente la forma de la fantasía revolucionaria como aparente ruptura, actuando como reclamo periférico durante largas décadas. En efecto, este formato ha sido parte del circuito de la economía libidinal del orden simbólico capitalista en sí. Esa falsa transgresión, puramente imaginaria, opera bajo el modelo del adolescente que -se vive como subversivo- cuando compra ropa poco común en una tienda underground. Tal como Freud (1930) en “El malestar en la cultura” le atribuyó esa función a los distractores y ansiolíticos que vuelven soportable la realidad y la vida en sociedad.
La especificidad problemática de la utopía neoliberal o teología político-capitalista, es que su “contracultura” la afirma. La rentabilidad de los negocios de imaginario anti-capitalistas así lo acredita. La contracultura no desea, en muchos casos y a un nivel profundo de su economía libidinal, acabar con el capitalismo o la globalización, sino que prefiere vivirlo como goce, a modo de obstáculo inherente a su propio deseo revolucionario. “Si no fuera por el capitalismo (...)” es la estructura del goce cínico y la moral hipócrita del falso transgresor.
Pensemos, en el ejemplo que propone Žižek (2005) cuando habla de los intelectuales de izquierda y de su cómoda posición, por la cual no quieren que nada cambie realmente, es decir, necesitan gozar del hecho de que sus demandas no sean plenamente satisfechas, pues en definitiva no podrían soportar un escenario político en el que no pudieran entonar sus inocuas reivindicaciones. “Cuando los académicos “radicales” exigen derechos plenos para los inmigrantes y la apertura de las fronteras a todos ellos, ¿son conscientes de que la instrumentación directa de esa demanda inundaría, por razones obvias, los países occidentales desarrollados de millones de recién llegados, lo cual provocaría una violenta pelea racista en la clase trabajadora que luego terminaría poniendo en peligro la privilegiada posición de los mismos académicos? En este sentido, pueden conservar hipócritamente su limpia conciencia radical mientras continúan disfrutando de su posición privilegiada” (Žižek, 2005, p. 63-64).
Una transgresión -no puramente imaginaria- que rompa el efecto hipnótico de la utopía, ha de vivirse (y morirse) como horizonte (im)posible. He allí la potencia del Acto ético-político radical que la revuelta ha comenzado a proliferar. Ese acto de ruptura conduce a una política que se extiende sobre aquello que la pone en estasis, la paraliza y la destruye, y únicamente puede ser pensada a través de ese quiebre real: entre el Sujeto y el Otro Neoliberal en su inmixión o mutua indiferenciación.
Lo crucial será entonces activar y sostener un movimiento cultural que permita «romper con la utopía», es decir, salir del circuito de recompensas libidinales constantes que nos ofrece el capitalismo a través de un acontecimiento auténtico que resignifique nuestra historia y nos re-lance a un futuro colectivo por crear: “renacer, devenir, errancia”.
Žižek (2014) indica que el acontecimiento podría definirse como «milagroso», no en el sentido religioso de intervención divina, pero sí como momento de ruptura, corte con respecto a un estado anterior. Quizá la última forma teológica de la revuelta de Octubre esté siendo: “arriesgar la muerte para renacer” o “Chile, cuna y tumba del capitalismo”.
Dejemos aquí, una traza escritural, que dibuja parcialmente el fin de la utopía, o a lo menos, la sacudida de los efectos hipnóticos del poder pastoral y capital en (los) pueblo(s) de Chile:
Sólo renace, quien está dispuesto a morir, Quien conoce el fulgor de la hoguera, El frío de las cenizas,Sólo renace, quien vislumbra, frágil y mareado, El territorio movedizo de una vida nueva,Sólo renace, quien irrumpe en el umbral de lo imposible, Y logra ver al anochecer la antigua vida conmovida,Chile renace, al dejar morir a 1973. Al dejar caer en la hoguera a 1980, Al revelar la ficción transitológica de 30 años hecha cenizas,Chile renace, abriendo los ojos, a costa de balas,Despertando de un mareo infernal y domeñado hecho de capitales,Chile renace, en un octubre de acontecimientos imposibles, En tardes rojas de imaginación y revuelta, Chile renace, en una tierna jornada, que con una danza de lápices azules, Conmueven la historia y su devenir, Chile renace, con Baquedano profanado y Mistral enaltecida Chile renace con la potencia ensoñadora de un pueblo anónimo, o bien llamado Dignidad.
Referencias bibliográficas:
FREUD, Sigmund (1930). El malestar en la cultura. Buenos Aires: Amorrortu (1998)
ŽIŽEK, Slavoj (2005). El títere y el enano: el núcleo perverso del cristianismo. Buenos Aires: Paidós.
—(2014). Acontecimiento. Madrid: Sexto Piso.
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