
Enlace a esta columna
1. La Crisis de autoridad en Chile
En Chile y tras el Estallido Social del 18 de octubre del 2019 vivimos una clara crisis de legitimidad y representatividad política, que no solo afecta al gobierno, sino que también ha golpeado al conjunto de las organizaciones políticas (legales) constituidas antes del 18-O. En el caso del Frente de poder (clase dirigente + clase reinante) la crisis actual se expresa como “crisis de autoridad”, es decir: “la situación en que una clase [-en nuestro caso clases, en tanto Frente de poder-] ve debilitarse los elementos sobre los cuales asienta su lugar de dirección en la sociedad, sin que haya un sujeto que le dispute eficazmente ese lugar, generando una situación de indefinición, una cierta “vacancia” de las masas populares” (Campione, 2014). La crisis de legitimidad es parte de esta crisis de autoridad y se presenta como una consecuencia de la ineficacia del sistema político dirigente para reproducir las lógicas de dominio. Concebimos a la crisis de autoridad como la conjunción de la crisis de representatividad y legitimidad y a esta última como la consecuencia de una carencia de eficacia, ya que tal como señala el sociólogo Seymour Martin Lipset “La estabilidad de cualquier democracia dada depende no solamente del desarrollo económico, sino también de la eficacia y la legitimidad de su sistema político”. (Lipset, 1968)
Pero la ineficacia política no necesariamente se traduce en ineficacia económica. La eficacia deshumanizante del sistema neoliberal, positiva para los dueños del poder y la riqueza; negativa para los populares, hizo de la vida cotidiana de la mayoría de los chilenos un sufrimiento diario. El consumo, principal elemento de control cultural de nuestro Chile neoliberal paso de elemento enajenante a convertirse vía endeudamiento y marginación social en causa de un gran malestar social. Las contradicciones propias del modelo estallaron atacando por sorpresa al Frente de Poder, éste incapaz de resolver el conflicto por una ruta redistributiva puso toda la maquinaria estatal al servicio de la represión del malestar. Una de las consecuencias de la crisis que nos atraviesa es la mutación de la clase dirigente, los dueños del poder y la riqueza, en clase dominante, producto de la ausencia de consenso hegemónico. Mutación que como señala el italiano Antonio Gramsci hace a la represión una consecuencia esperable. “Si la clase dominante ha perdido el consentimiento, o sea, ya no es dirigente sino solo dominante, detentadora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya en aquello en lo cual antes creían” (Gramsci, 2010).
Gobernabilidad y Legitimidad son las preocupaciones principales del Estado neoliberal (Salazar & Pinto, 1999), cuando pierde la legitimidad y la gobernabilidad trastabillea la amenaza popular hace que el Frente de Poder se defienda con la fuerza coactiva. Por tanto es correcto llamar al Frente de Poder “Bloque Represor”, como lo señala el filosofo de la liberación Enrique Dussel (Dussel, 2012), de todas formas es preferible retomar la categoría, pero para nombrar al Frente de poder solo tras la perdida del consenso. El Frente de Poder en crisis se transforma en un Frente Represor (o Bloque represor), ya que, si bien las clases dirigentes son siempre represivas, el ejercicio de la violencia no es siempre socialmente transparente, el evidente devenir represivo debe ser considerado como indicador de que la clase dirigente chilena ha devenido en clase dominante como consecuencia de la crisis de autoridad.
Desde octubre los dueños del poder y la riqueza han ido sacrificando una a una las instituciones que pertrechan al Estado, alienados de la profundidad del problema han optado por defender hasta el último peso de capital sin darse cuenta que con ellos han destruido gran parte de la capacidad de control del “Estado ampliado” (Sociedad Política + Sociedad Civil), bajando al mínimo la credibilidad y eficacia de varias de las instituciones necesarias para el ejercicio del poder como dominación. La situación anómala en la que se encuentran, de inestabilidad y vulnerabilidad, parece cegar al Frente de Poder (al menos a la gran parte de él) de la única salida de recomposición que les queda en una crisis como la que nos atraviesa. El ex presidente argentino Juan Domingo Perón en 1945 señalaba el actuar más lógico para una recomposición por arriba en momentos de crisis, expresando en todo su esplendor la lógica esperable para quien desde el poder desea retenerlo: “Si nosotros no hacemos la revolución pacífica, el pueblo hará la revolución violenta (…) y la solución de este problema hay que llevarla adelante haciendo justicia social a las masas (…) La obra social nos e hace más que de una manera: quitándole al que tiene mucho para darle al que tiene demasiado poco (…) porque por no dar un 30% van a perder dentro de varios años o de varios meses todo lo que tienen, además, la orejas” (Parra, 1971).
La ceguera abre brecha a la salida popular como alternativa. Pero la ceguera no es el único problema del Estado chileno actual, el Frente de Poder ha reducido al mínimo el hiato social necesario para sostener un Estado aparentemente neutral. “El hiato entre Estado y aparato implica establecer una diferencia entre quienes dominan en las relaciones de poder político y entre quienes administran el aparato y en general las principales formas de representación” (Osorio, 2012). Esta distinción entre los dueños del poder y quienes lo administran es fundamental para el control social. La separación se basa en la necesidad del capitalismo de separar el campo económico del campo político para así velar/fetichizar la relación entre los dueños del país y quienes ejercen el poder “democráticamente”. El Estado de clase solo puede sobrevivir en base a la fetichización de su función última “Explotar y dominar en un mundo de hombres libres” (Osorio, 2012). Al quedar expuesto el Estado de clase se complica su funcionalidad, la crisis de legitimidad se expande a la representatividad ya que al quedar expuesta la vinculación entre la clase gobernante y el poder político, económico y social del país, son cuestionados juntos con la élite.
2. La Vacancia Popular
En momentos de crisis el hiato social puede convertirse en hiato político. La crisis en el hiato entre Estado y aparato permite el surgimiento de enclaves populares. “La brecha (…) entre administración del aparato estatal y poder del Estado en el orden político el capital, y la rigidez y las mediaciones que el aparato establece a las relaciones de dominio, permite comprender que es factible que arriben a algunas instituciones del aparato, y en particular al poder ejecutivo (…)” (Osorio, 2012). Esto es una gran oportunidad histórica para las y los populares, porque el Estado necesita incorporar nuevos sectores para la recomposición del dominio, esta brecha es una oportunidad excepcional. Luego de esta incorporación se abre la oportunidad de desarrollar un Enclave Popular para la transformación, siempre y cuando el Bloque Social Popular sepa hacer un uso favorable al interés de las mayorías populares. La peligrosidad del Enclave para el poder varía según la dimensión y posición estratégica de la trinchera.
Esta brecha no siempre se traduce en una oportunidad para el pueblo, el proceso está siempre tensionado y los nuevos elementos en el aparato estatal también pueden provenir de la clase reinante con un discurso de renovación política, ya sea de las capas altas de la clase política, o de profesionales que aprovechan esta oportunidad para el acenso social. Veamos el caso argentino post 2001, donde el gobierno de Néstor Kirchner y el recambio de la clase política trajo como consecuencia la división del “movimiento piquetero y las organizaciones de Derechos Humanos a través de la represión selectiva, de ciertos gestos políticos, de la transversabilidad y de un discurso que reivindicaba banderas de lucha del campo popular. Aquellos que no supieron mantener la independencia política de sus organizaciones fueron cooptados” (MIR, 2011)
Luego de una crisis orgánica[1], de legitimidad y representación (Crisis de autoridad) vino la restauración vertical. “Revolución Pasiva” o “Revolución-restauración” en lenguaje gramsciano (Revolución pacífica en Perón), esta salida limpia es la más práctica para el Frene de Poder y la recomposición del sistema de dominación, la cual, como ya afirmamos, requiere necesariamente y como condición la incorporación de nuevos sectores al aparato estatal. “(…) las necesidades de las “tesis” de desarrollarse enteramente, hasta el punto de llegar a incorporar una parte de la antítesis misma, para no dejarse “superar” (Gramsci, 1999). El problema es que la crisis de legitimidad en Chile se conjuga con una crisis de representación también por la izquierda, la impugnación a los Partidos es total, las organizaciones de izquierda legales fueron tomadas por sorpresa y quedaron del lado de las impugnadas e impugnados por su incapacidad para convertirse en una caja de resonancia de la movilización popular, también (cosa no menor), por su condición de clase. No es raro que el pueblo no se encontrara reconocido en las organizaciones de la izquierda legal porque estas responden a intereses “ciudadanos” y no a los intereses de las y los populares. La aspiración de ciertos dirigentes de constituirse en la nueva clase gobernante incorporada al Estado superó el interés de cambiar más que las apariencias.
El tema es que el bloque social popular al no sentirse representado y no haber mostrado hasta ahora capacidad de constituir un espacio autónomo aún está en disputa. Lejos quedan los espacios sectorizados (movimientos parciales) para convertirse en herramientas de contención del nuevo “sujeto(s) político(s)”[2] su estrechez solo puede ser superada por una organización amplia vía frente o fusión, lo que requiere un camino de encuentros. Lejos quedan también los partidos constituidos antes del 2019, la alegría que no llegó en los 90´, el pueblo la leyó como una traición, una promesa incumplida, puesto que depositó su confianza en la “transición democrática”. Sólo un sector surgido de la impugnación puede canalizar gran parte de la energía dispersa. Constituirse como “lo nuevo” se vuelve una necesidad para disputar el espacio que se abre en la política, que sean los populares quienes lo encarnen, la posibilidad del inicio de un proceso de transformación[3].
El descredito de los partidos, las/los políticas/os y la política existirá mientras partido equivalga a maquinaria electoral, las/os políticas/os a sujetas/os que ponen por delante su interés personal y a la política como un negocio ineficaz, lejano a las necesidades urgentes de las y los populares. Es necesario, para lograr un cambio primero ser ese cambio, por eso es necesaria la constitución de una forma nueva de comprender lo político y la política.
[1] La crisis orgánica es el momento culminante de las crisis que se vienen acumulando en Chile, momento que aún no se concreta dejándonos en una situación de indefinición. Dos son las condiciones que el caso chileno aún no cumple para hablar de crisis orgánica: a) crisis de gobernabilidad (la cual se detuvo gracias a la pandemia global) y b) imposibilidad de la clase dominante de hacer avanzar la economía.
[2] Se utiliza el concepto de “Sujeto(s) Político(s)” para la divulgación, pero debido a su contenido colonial, patriarcal, moderno y vanguardista es preferible: “Nosotres Popular” o “Alteridad popular”.
[3] Ocupo el concepto de “transformación” en sentido dusseliano, como salida factible de la situación de indefinición en la que nos encontramos pensando fuera de la dualidad moderna de reforma o revolución, a las que tampoco considero contradictorias siguiendo los reparos de Rosa Luxemburgo en Reforma o Revolución. Ver: Luxemburgo, R. (2001). Reforma o Revolución. Buenos Aires: Longseller.
Enlace a esta columna
Columnas populares
Columnas más populares de las últimas 2 semanas.
Columnas por etiquetas
Listar columnas por etiquetas, también disponemos de un buscador.