Publicado Noviembre 13, 2020
Las revueltas populares como estrategias de politización del inconsciente
Cuerpo
La polítización del inconsciente amplifica el campo de decisión, deliberación y desobediencia, impugnando la individualización del malestar y la patologización de las rebeliones. Lo inconsciente conforma un campo estratégico de las nuevas luchas.

1.

Las revueltas populares politizan el inconsciente neoliberal, constituyendo nuevas imágenes de cambio social, deseos antagonistas y experiencias de auto-organización. Desarrollan un laboratorio de políticas del inconsciente al interior de las luchas sociales. Las devastadoras crisis climáticas, económicas, sociales y sanitarias del capitalismo apocalíptico conviven con formas atroces de crisis subjetivas. Crisis de aturdimiento, cansancio, colapsos y nerviosismo. Angustias, depresión e insomnio. Es posible interpretar las crisis desde arriba como disciplinamiento para relanzar el poder de la acumulación, patologizando las rebeldías populares y los malestares. Pero también es posible politizar las crisis desde abajo como premisa de nuevas luchas y conflictos.

Las crisis subjetivas resultan: o bien gestionadas por los progresismos estatales, o bien violentadas por los fascismos, o bien mercantilizadas por las industrias medicalizantes del poder terapéutico del capital. Las revueltas, al contrario, politizan los territorios existenciales, socializando las dolencias y deseos ambiguos que habitan en las crisis.

Las revueltas constituyen estrategias de suspensión de los automatismos capitalistas. Neutralizan el avasallamiento. Inscriben dispositivos de justicia en el campo social. Componen innovaciones colectivas que implican mutaciones cognitivas y emocionales. Estas rebeliones populares no realizan solo una resistencia local a las tecnologías del poder. Destituyen los imaginarios capitalistas creando nuevas fantasías antagonistas.

Las crisis subjetivas refieren a la imposibilidad del capital de capturar las formas de vida divergentes sin antagonismos. Dificultad para incluir vía consumo o convertir en una empresa a los cuerpos que no se adaptan al mercado. Crisis en la producción de subjetividades por la incapacidad del neoliberalismo de imponer sin conflicto las fantasías del acreedor y el deudor, de la competencia y el mérito. Si todo síntoma es político, entonces las revueltas portan un “coeficiente terapéutico”. Las crisis psíquicas no aluden a mecanismos unilaterales de subordinación, sino a territorios ambivalentes de dominio y desacato. Nos hablan de un rechazo de la subjetividad capitalista, experimentado en métodos de contra-singularización. Las revueltas politizan las crisis subjetivas, ampliando el campo de decisión, deliberación y desobediencia. Convierten la desafección privatizada en rabia politizada contra el modo de vida neoliberal. Impugnan los automatismos tecnológicos, psíquicos y económicos creando autonomía proletaria.

2.

Las revueltas populares impugnan los extractivismos territoriales, financieros, algorítmicos, estatales y subjetivos de los dispositivos neoliberales. Los extractivismos subjetivos conforman un régimen político que consiste en extraer riquezas existenciales de los imaginarios y deseos, disminuyendo la potencia de actuar y pensar. Separan a los cuerpos de lo que pueden, asegurando la desposesión de los medios de producción social, discursiva y deseante que impone la violencia neoliberal. En los extractivismos se combinan explotación, procesos de subjetivación y dinámicas de conflicto.

El problema de los extractivismos nos permite distinguir las tecnologías de mando que operan en las crisis, afianzando un complemento autoritario de tipo clasista, patriarcal, fascista y racista para normalizar el derrumbe. Para salvaguardar el orden de la mercancía. Podemos hablar de un extractivismo financiero, de un extractivismo subjetivo, de un extractivismo de Estado y de un extractivismo algorítmico. Todos complementan el extractivismo de los “recursos naturales”. Configuran una voluntad de protección de la normalización capitalista y una violencia determinada. Están encargados de expropiar riquezas diferenciales de los cuerpos, situaciones y territorios. Pero se encuentran recorridos por conflictos, subordinaciones y autonomías insumisas.

El extractivismo financiero extrae riquezas mediante los dispositivos políticos de las deudas, las rentas, los regímenes inmobiliarios y las violencias sobre territorios y comunidades. El extractivismo subjetivo opera sobre deseos, imaginarios y malestares, persiguiendo formas de vidas inadecuadas con el mercado. El extractivismo de Estado es inescindible de la violencia política, policial o institucional (legal-ilegal), los cuales saquean riquezas de los movimientos, revueltas y luchas, patologizando las rebeliones populares y criminalizando la movilización. Y el extractivismo del algoritmo promueve estrategias de explotación de una fuerza de trabajo precarizada, saqueando datos por medio de las aplicaciones y plataformas, apropiándose de riquezas en los consumos.

3.

El capital explota las capacidades cognitivas, lingüísticas y libidinales de las fuerzas de trabajo. Las facultades ambiguas de la subjetividad y la cooperación social son puestas a trabajar. La lucha de clases ya no pasa solo por un frente delimitado entre los proletarios y los burgueses. Está inscrita en las formas de vida precarias, sexualizadas y racializadas, asalariadas y no asalariadas, ocupadas y desocupadas, incluidas y excluidas, formales e “informales”. La lucha de clases ocupa todos los lazos sociales y modos de subjetivación. La calle, la plaza, el hogar o un subterráneo, pueden funcionar como terrenos de politización. Las revueltas hacen frente a esta lucha de clases generalizada, surcada por líneas clasistas, sexistas, racistas, cuerdistas, entre otras. ¿Cómo construir una estrategia de poder basada en la articulación transversal entre luchas con la premisa de que las clases trabajadoras podemos gobernar la sociedad?

La brutalidad del capital asoma como una presencia sombría en cada situación como tendencia a la mercantilización, el achatamiento de los imaginarios y el empobrecimiento de nuestras vidas. Esta colonización nunca es completa: involucra conflictos y luchas. Las revueltas impulsan un movimiento de politización del inconsciente neoliberal, complejizando las lógicas de construcción de contrahegemonías. Poniendo a los cuerpos y territorios como índices de contra-singularización. En función de problematizar los deseos, imaginarios, consumos, patologías o delirios del neoliberalismo zombi. Subvierten las dimensiones psíquicas, al desbordar la comprensión de los actores sociales como sujetos de interés y conciencia. Muestran que la transformación radical tiene que sentirse como deseable en el cuerpo.

El realismo capitalista y estatista extrema el asecho espectral del poder de la mercancía. Supone la reducción de las riquezas concretas de cada situación a una abstracción. El capital domina el inconsciente político. Estrecha las percepciones. Esteriliza los sueños, volviendo impotentes a los sujetos. El capitalismo es el reino del sufrimiento psíquico. Las revueltas populares componen estrategias situadas de politización del inconsciente, abriendo nuevas imágenes de vida deseables. Formulan métodos de organización y autonomía, contestando en las luchas la capitalización neoliberal de la vida psíquica.

4.

El régimen político de estos extractivismos se interioriza como malestar en el nuevo proletariado del siglo XXI: una clase trabajadora atravesada por líneas raciales y sexuales, por figuras de trabajo suburbano, domestico, barrial, precario, “informal”, etc. Las revueltas politizan la precariedad y desactivan violencias, protagonizado una lucha de clases ampliada en todos los territorios existenciales antagonistas. Sin embargo, tanto las rebeldías colectivas como los padecimientos subjetivos intentan ser estigmatizados por el poder terapéutico del capital, dispuesto a gobernar pasiones y medicar las vidas.

La lucha de clases recorre el deseo inconsciente, resistiendo en nuestras máquinas psíquicas. Las revueltas introducen una clínica política en adyacencia a cada nivel y en todos los frentes de luchas. Politizan estos extractivismos desiguales, combatiendo la privatización de los cuerpos. Sabotean la expropiación de los comunes. Socializan repertorios colectivos de “exteriorización política” del padecimiento subjetivo.

La crisis de la reproducción social conduce a una crisis de la salud colectiva. La degradación capitalista de la reproducción social se halla en el centro de las crisis de la salud mental. La precariedad de las vidas, el endeudamiento, la distribución desigual de los cuidados, las violencias sexuales y raciales, constituyen factores estructurales que afectan la salud mental. La producción masiva de sufrimiento psicosocial es parte de la reproducción del capital. Pero los colapsos de la salud colectiva y de la reproducción social no pueden superarse al interior del capitalismo. Las correlaciones de fuerzas entre las clases en lucha condicionan la salud mental colectiva. La salud mental de la clase proletaria adquiere entonces importancia estratégica en el actual periodo histórico.

La producción masiva de sufrimiento psíquico es una condición de la reproducción del capital. El malestar social es un síntoma inherente al capitalismo del desastre. El colapso de la crisis subjetiva refuta toda pretensión progresista de una reforma paulatina del capitalismo. Los colapsos económicos, ecológicos y psíquicos relativizan la acumulación gradual de fuerzas. Los del partido de la propiedad identifican la salud con la normalización por arriba de la reproducción del capital. Con la subordinación de las vidas a la acumulación. Las revueltas nos indican que no hay nueva salud mental desligada de una nueva economía, un nuevo lenguaje, una nueva política autónoma.

5.

Durante 2020, las luchas sociales han desafiado a los gobiernos y mercados, impugnando las medidas que descuidan la salud colectiva. Los movimientos populares imputaron las condiciones inseguras de políticas de “retorno al trabajo” cuyo objetivo es beneficiar a la economía capitalista. La epidemia de ansiedad y depresión no puede ser efectivamente politizada si es comprendida como un problema personal padecido por individuos aislados y dañados. El déficit de atención o el burn out manifiestan síntomas políticos de la explotación psíquica. Estamos viviendo los efectos devastadores de una ofensiva sistemática de la clase dominante sobre los cuerpos y la vida psíquica, en un proyecto que privilegia la acumulación de ganancias. En una economía orientada hacia el valor, por sobre la sostenibilidad de las vidas y la sustentabilidad del medioambiente.

El enemigo se ha infiltrado en todas las instituciones, en la economía subjetiva de la clase, en los grupos militantes y las organizaciones de base. La clase proletaria está infiltrada también por su participación inconsciente en los sistemas dominantes del capitalismo y el Estado neoliberal. Pero esta explotación ataca sobre todo a los cuerpos racializados y feminizados, a los cuerpos disidentes, jóvenes y precarizados. Las revueltas impugnan esta capitalización del inconsciente, descolonizando el psiquismo.

La privatización neoliberal del malestar subjetivo se complementa con la patologización y criminalización de la revuelta popular. Ambas constituyen una estrategia subjetiva del poder que consiste en psicologizar problemas sociales y estigmatizarnos. Esta tecnología política del afecto administra emociones y miedos. Conduce a la culpabilización individual por el malestar, indicando que si alguien sufre es por su responsabilidad personal, como señala Rodrigo Aguilera Hunt en “Una revuelta cultural que hace caer la fantasía meritocrática”. Las revueltas coordinan movimientos y activismos partiendo desde la condición común de precariedad, violencia y rechazo del neoliberalismo. Hay un malestar que va buscando articularse en una alternativa política solvente, para retomar la ofensiva ante el realismo capitalista. En un nuevo imaginario estratégico de las revoluciones. En un deseo en la lucha por el poder. Las dinámicas destituyentes de las revueltas son la premisa de las nuevas imágenes de cambio radical.

6.

Las revueltas politizan el inconsciente político de la época, refrescando nuestra asfixia con las imágenes fetichizadas de cambio y organización del siglo XX. Vivenciábamos un desacople entre las imágenes de cambio radical y nuestras sensibilidades, según Amador-Fernández Savater en su libro Habitar o gobernar. Una fractura sensorial entre las representaciones, los discursos y las prácticas efectivas de organización. La fetichización del imaginario político extrae riquezas de las situaciones de lucha, impotentizando a los cuerpos. Expropiando saberes y potencias de los territorios. El capital persuade deseos mediante imágenes de orden, neutralizando los imaginarios antagonistas. Existe un anhelo de normalidad, una fantasía aspiracional, promocionada por todos los medios posibles. Un deseo de éxito y represión, conjugado con ajustes afectivos y disciplinas sensibles. El desgaste de las imágenes de cambio, su desfasaje sobre las experiencias de lucha, congela las figuras de eficacia política. Las revueltas agencian una política de los imaginarios, problematizando las fantasías. La politización del inconsciente neoliberal requiere avanzar en una alternativa global al capitalismo.

En las imágenes de vida capitalistas se plasman relaciones sociales de desposesión, opresión y desacato. Toda una política de las imágenes es inherente al dominio de la burguesía como personificación del gigante abstracto del capital. Por lo que no podemos escindir la pregunta por la imaginación de las prácticas situadas orientadas hacia la creación de nuevas instituciones, organizaciones y grupos. Necesitamos construir una contrahegemonía material disputando el diseño de las imágenes, los objetos, los afectos, las sensibilidades y los espacios, como dimensiones que exceden lo simbólico.

Muchos de los movimientos anteriores a la crisis pandémica se han visto detenidos. Las potencias ambivalentes de la interrupción y el confinamiento no estarían pudiendo abrir nuevos futuros que interfieran la normalización capitalista comandada desde arriba. Pero los procesos de Chile o Bolivia, avecinan nuevas luchas y levantamientos sociales. Estas luchas no realizan solo una transgresión o resistencia a las tecnologías del poder. Destituyen en acto las fantasías capitalistas creando nuevos lenguajes e imaginarios. Sabotean el inconsciente político del realismo capitalista. Demostrando que no es posible relanzar lo político sin la nueva radicalidad de un protagonismo social que problematice el inconsciente neoliberal. No hay lucha efectiva sin una ofensiva por la reconstrucción de los imaginarios emancipatorios como premisa contrahegemónica.

7.

La lucha de clases no pasa solo a nivel de los intereses preconscientes de clase, sino al nivel de los investimentos libidinales inconscientes. Las personas no somos engañadas o manipuladas por el capitalismo, sino que participamos de manera inconsciente en la reproducción del sistema dominante. Pudiendo desear incluso contra nuestros propios intereses de clase. Por eso la construcción de contrahegemonías no puede reducirse a lo discurso y consciente, a la propaganda y la agitación, a la pedagogía de masas o la literalidad progresista. Lo inconsciente es un territorio político por explorar. La construcción de contrahegemonías feministas y ecosocialistas precisan ser complementadas con una transformación radical de las subjetividades. Pues no hay lucha política, social y cultural sin una disputa antagonista por las formas de vida. No es posible separar la constitución de nuevas formas de vida de las dinámicas de la lucha de clases. Del mismo modo en que no se puede escindir la inserción en la lucha de clases de la invención colectiva de formas de vida autónomas. La politización situada de los malestares, fantasías, pasiones y afectos nos implica al interior de las luchas sociales.

El capital subordinó al movimiento obrero organizado descomponiendo la conciencia de clase. Y ahora atravesamos guerras de la subjetividad. Revueltas dirigidas hacia aquello que Fisher llamaba “toma de la inconsciente de clase”. Las dos aserciones son ciertas: las revueltas impugnan la capitalización del inconsciente y, a su vez, el extractivismo coloniza violentamente las máquinas psíquicas. Una nueva lucha de clases plural nos esta sacudiendo, donde lo inconsciente se constituye como arena de las batallas sociales.

8.

La moral de época privatiza las estructuras impersonales, responsabilizando a los individuos de los problemas colectivos. Al volverse contra sí mismo, el psiquismo implosiona, conteniendo el padecer subjetivo. Requerimos componer alianzas estratégicas disputando contra el inconsciente colonial, propietario y patriarcal. El inconsciente capitalista ha contaminado la actitud del profesor con los estudiantes, la del analista con los analizantes, la de los referentes y cuadros políticos con los militantes de base. Es tiempo de organizarse en todos los niveles de la lucha de clases.

Tenemos que reintroducir los antagonismos en el deseo y el deseo en los antagonismos. La pandemia no es la causa sino el catalizador del colapso psíquico, los odios y el pánico. La explotación de la clase dominante se apoya en automatismos técnicos, informáticos y psíquicos. Las luchas no persiguen solo objetivos materiales o simbólicos, sino también sensibles. Contagian afectos, rechazan percepciones o abren imágenes. Nuestra lucha no es para ser incluidos en el orden burgués. Es la estructura de clase la que tiene que ser destruida. Las disputas por representación, reconocimiento y redistribución no pueden ser escindidas de las luchas por la abolición del capital.

Necesitamos introducir la lucha de clases en el corazón de una investigación militante del inconsciente, ubicando en el centro una clínica política como arma de las revueltas.

9.

Tenemos la tarea de recomponer la razón estratégica en el plano de las percepciones, imaginarios y placeres. Superar la posición folk defensiva y el estatismo pragmático, tomando la ofensiva con nuevos artefactos políticos, formas de vida y futuros. Nuestro horizonte estratégico se dirige a la construcción de una sociedad postcapitalista, no a la preservación de las identidades neoliberales. Una combinación entre situacionismo (disputa por los imaginario y deseos en la lucha cultural) y leninismo libertario (disputa por el poder en la lucha política). La lucha protagonizada por los feminismos, el ecologismo, las economías populares, los jóvenes precarizados, las disidencias, constituyen la premisa de las imágenes de cambio y de futuros en los nuevos conflictos. Conforman el punto de vista de una política emancipatoria anticapitalista, no sectaria y ajena a las opciones tradicionales, contra las clases dominantes y sus partidos del orden.

La polítización del inconsciente amplifica el campo de decisión, deliberación y desobediencia, impugnando la individualización del malestar y la patologización de las rebeliones. Lo inconsciente conforma un campo estratégico de las nuevas luchas. No es posible desligar la modificación del deseo y los imaginarios de las revueltas populares.

Las máquinas capitalistas captan la energía psíquica de los trabajadores. Se esfuerzan por dividirlos. Se infiltran en sus grupos militantes, familias, parejas, infancia, movimientos populares, etc. Llegan incluso a instalarse en la visión del mundo proletaria. La lucha de clases se extiende por todo el cuerpo social de abajo hacia arriba. Politizando el inconsciente, las revueltas exploran una transversalidad entre las luchas ecológicas, las luchas sociales y las luchas del deseo. Una lucha de clases generalizada.

El capitalismo no tiende hacia la simplificación de lo social, sino hacia la complejidad, deslocalización y rizomatización. Contra esta fragmentación mercantil, las crisis subjetivas de la precariedad permiten hilvanar confluencias entre cuerpos aliados y en lucha. Debemos ensayar síntesis abiertas y democráticas, uniendo aquello que el capital divide. Constituir una plataforma común en virtud de construir una política revolucionaria con vocación de poder para cambiar la sociedad y la vida. La politización colectiva del inconsciente puede oficiar de traductor entre frentes de acción, contestando la patologización de las revueltas y las estigmatización de formas de vida disidentes.