Revolución de Octubre: La fuerza colectiva se levanta desde la ruina individual
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El modelo neoliberal en Latinoamérica ha colapsado. Es una certeza.

El modelo neoliberal en Latinoamérica ha colapsado. Es una certeza. Lo que está en juego en las calles en Chile desde hace 40 días no es solo la continuidad con reformas al régimen instalado durante la dictadura por los discípulos de Milton Friedman, sino su aniquilación, su sepultura, su borradura final. Esa es la lucha en las calles.

Son las fuerzas de la historia actuando de manera implacable y sin posibilidades de freno. Lo que se inició en estos lares como un perverso experimento económico y social hace más de cuarenta años, en un campo de investigación controlado por las armas, aquel proyecto levantado sobre la violencia y la muerte, termina también con fuego. Toda la simbología del mercado, de las corporaciones, del abuso, ardiendo en la noche es la mejor expresión del inicio de su ruina.

En qué estamos a 40 días del estallido. Las contradicciones en sus insoportables intensidades. El capital, que junto a su ofensiva policial refuerza el Estado neoliberal con la opción militar, y el pueblo, la clase trabajadora o subcontratada, la población subalterna, precarizada e inutilizada. Las tensiones que reventaron el 18-10 no se contienen sino se mantienen en un espacio que hasta el momento expresa su completa oposición. Aquel lugar, convertido en orden, en régimen, en el denominado “modelo”, revienta, se estrella hoy con una violencia acumulada por décadas. Chile es hoy, a poco más de un mes de la liberación de sus energías sociales y económicas, el violento choque de realidades.

Desde hace un mes es un teatro de operaciones, el campo de batalla de los efectos del mercado desatado. Por un lado las grandes corporaciones y su medida en los precios de sus acciones y en la caída de las utilidades, y en la trinchera, el trabajo o la clase trabajadora. Un choque, siglo XXI, que no tiene grandes diferencias con el siglo XIX. Marx podría perfectamente, y mucha falta nos hace, estar en esta batalla en las viejas colonias.

La escena chilena en estos días de revuelta, que ya en las barricadas llaman revolución, abre las brechas, consolida las fracturas. Una elite política que con sus acuerdos constitucionales o constituyentes cristaliza sus privilegios y sus tiempos absurdos, y el resto de la población que desde la acción y la observación espera el desastre, sino global, sí nacional. Chile es hoy una extendida empatía en la catástrofe, porque la ruina individual es también el debacle colectivo. Por primera vez en más de treinta años nos hallamos, nos vemos y reconocemos, nos constituimos en el desastre y desde él nos levantamos. Somos fuerza desde nuestras derrotas.

Chile despertó porque los chilenos se han reconocido en su integridad y diversidad. Nos hemos mirado por primera vez en casi medio siglo no como competidores ni fragmentaciones sino como comunidad condenada. Por primera vez en décadas nos mostramos, nos exhibimos unos a otros en nuestras realidades que se levantan como espejos. El dolor de unos es el dolor de todos. Es la empatía. Es esta la fuerza, extendida sin freno ni retroceso. Es una potencia, intensa y sin límites que supera canales y cotas. Una fuerza que se levanta sobre todas las estructuras, sobre el orden, que destroza las políticas de lo posible. Por primera vez lo imposible y lo soñado se levanta como acción y destino político.

Chile ha ingresado en este mes en el terreno de las revoluciones. La aniquilación de un orden perverso, que ha sometido a un pueblo a décadas bajo el capitalismo más extremo jamás registrado en el mundo, se levanta como objetivo necesario. Un trance en el que no habrá, porque ya no puede haber, reforma ni negociación posible. Ante la arrogancia neoliberal, ante el desaire del gran capital, ante la soberbia de una élite que hace del clasismo y el desprecio su condición y naturaleza, el pueblo, esta vez insumiso, insurrecto y empoderado, solo busca su capitulación o su aniquilación. El neoliberalismo tiene sus días contados.

Los vientos de la historia no tienen otra dirección.

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