Publicado Julio 30, 2021
Señor, dame la castidad y la continencia, pero todavía no…
Cuerpo
Por mi parte, coincidencia feliz, al iniciar la redacción de esta nota me enteré, por la prensa, del fallecimiento del cura Karadima, gran pedófilo ante el Eterno, condenado en vida a gozar de las atenciones de decenas de monjas ocupadas de su bienestar y tranquilidad espiritual.

Coincidencia feliz, al iniciar la redacción de esta nota me enteré, por la prensa, del fallecimiento del cura Karadima, gran pedófilo ante el Eterno, condenado en vida a gozar de las atenciones de decenas de monjas ocupadas de su bienestar y tranquilidad espiritual. ¿No es lindo el pecado?

En el infierno, donde no cabe la sombra de una duda que se encuentra ahora, seguirá gozando ad eternum. No me fío de Minos, –rey de Creta reputado por su severidad y sentido de la Justicia, situado por Homero a la entrada del Hades (infierno) como juez de las almas. Minos castiga a los lujuriosos enviándoles al Segundo Círculo del Infierno (Dante. Divina Comedia. Canto V), donde van quienes cometieron ‘el pecado de la carne’ (en el Segundo Círculo, como era de prever, hay listas de espera…).

Puede parecer trivial, pero allí es donde quiero ir yo. No es que servidor esté dominado por el pecaminoso atractivo de la lascivia, la libido, la concupiscencia, la impudicia y la lubricidad. Pasa que en el Segundo Círculo se encuentran, por la eternidad, tías interesantes a todo punto de vista como Semíramis, Cleopatra, Helena de Troya, Didón, Francesca da Rimini, e incluso Ginebra, de quien se cuenta que mientras venía a casarse con el rey Arturo, acompañada de Lancelot, responsable de su seguridad, cedió y se dio al más fiel de los caballeros de la Mesa Redonda.

Ninguna de estas beldades fue culpable de pedofilia, como Karadima. Todas amaron apasionadamente, es innegable, y eso habla muy mal del pinche Minos, dedicado a condenar y castigar… el amor. Enviar allí a Karadima, además de revelar una falta de juicio evidente, constituye un abuso de cara a los actuales penitentes.

Yo retengo que la Iglesia, en sus desvaríos mitofílicos, nunca consideró pecado ni la pedofilia ni las relaciones incestuosas. Si no me crees, vete a leer la Biblia, capítulos 6º al 9º del Libro del Génesis, o bien, mucho más entretenido, Caín, del enorme José Saramago.

La relación de la Iglesia con el sexo y sus numerosas variantes ha sido inconstante, voluble, veleidosa, movediza y versátil desde sus albores. De entrada, Adán y Eva. ¿Hace falta decir más? Luego, la progenitura de los primigenios habitantes del Paraíso podía a su vez darle vueltas al asunto, mirarlo por delante, por detrás, e incluso en plan capicúa, ni modo: había que tirar entre hermanos y hermanas, visto que entre hermanos y hermanos, o bien entre hermanas y hermanas, por mucho amor que le pusieran… lo que saliera de tales relaciones no iría jamás al kindergarten.

De ahí en adelante padres y tíos simultáneos tenían hijos que entre ellos eran contemporáneamente hermanos y primos. En una de esas de ahí viene lo de ‘primo-hermano’. Si consideras que Noé ‘conoció’, en el sentido bíblico, a sus propias hijas, ya la tienes liada. Hubo críos hijos-nietos de su padre, que al mismo tiempo eran hijos-hermanos de su madre, y toda suerte de enredos de gineceo que le hubiesen hecho perder su latín a Gregor Johann Mendel, fraile agustino católico y naturalista que formuló las leyes de la herencia genética que llevan su nombre.

Más tarde la Iglesia intentó poner orden en el serrallo, estableciéndole límites al himeneo entre parientes de determinada cercanía, pero al mal ya estaba hecho: somos descendientes de ese pecado que no tiene mucho de original.

Cómo pues asombrarse de la frase que le sirve de título a esta parida, atribuida a Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín, escritor, teólogo y filósofo cristiano de renombre, cuyas Confesiones relatan su pecaminosa juventud sin omitir nada o muy poco.

Antes de su conversión, Agustín, para quien la sexualidad pertenece a la naturaleza humana, a partir de los 17 años de edad tuvo un rosario –si oso escribir– de amantes y al menos un hijo ‘bastardo o ilegítimo’ según se prefiera en la terminología cristiana, llamado Adéodat, a cuya madre abandonó por otra amante, esperando que su futura esposa, una infanta impúber, alcanzase la edad de merecer y procrear.

Su interés por “las voluptuosidades carnales que afluyen de todas partes y a la menor señal” explican su desinterés por la castidad, incluso en sus plegarias y rezos a Dios: “Yo dije: ‘Señor, dame la castidad y la continencia, pero todavía no…’ En realidad temía que el Señor me lo concediese demasiado pronto”. Agustín de Hipona, gran valor…

Si no fuese por Pablo de Tarso, un psicótico disfuncional de la herramienta, alias San Pablo o el Apóstol de los gentiles, que se empeñó en traducir su propia impotencia en pecados para el prójimo basándose en el viejo aforismo que reza –si oso escribir– ‘Si yo no follo, aquí no folla nadie’, Agustín de Hipona habría sido feliz, y probablemente la Iglesia no se hubiese transformado en el antro de pedófilos que es ahora.

Por consiguiente, jamás hubiésemos leído en la prensa titulares como este:

“El Pelamingas siempre se metía en los vestuarios: las historias de abusos en 20 colegios maristas. El País desvela nuevas acusaciones contra 23 religiosos que llevan a la congregación a abrir una investigación, pedir perdón y ponerse a disposición de las víctimas…” (diario El País, Madrid, 26 julio 2021).

Tu me dirás que esto no es noticia, no sorprende a nadie, que nada es más banal en los medios que los curas pedófilos, el nombre de la última variante del dichoso virus y la tasa de cambio del dólar, y llevas razón.

Pasa que servidor es oriundo de la Villa de San Fernando de Tinguiririca, fundada por el muy cristiano don José Antonio Manso de Velasco el 17 de mayo de 1742 –año de gracia donde los hubiere–, en unos terrenos hasta entonces conocidos como Las Chacras, de donde resulta que somos de allá: de Las Chacras.

En San Fernando había tres colegios: un liceo industrial, un liceo humanista (ambos públicos, laicos y gratuitos) y un colegio marista extremadamente privado y de pago. A este último iban los hijos de las familias pudientes, católicas, apostólicas y romanas. Razón por la cual los pringaos descreídos conservamos el invicto: ya en esa época –los años 1960– se rumoreaba que los ‘hermanos maristas’ se libraban a extrañas devociones en las cuales los alumnos hacían de cáliz o acetre, algunos de palmatoria.

Tal parece que algún padre se enteró de la existencia de estos Pelamingas locales, el hecho es que la noticia llegó al legendario diario Clarín (que figura hasta hoy entre los detenidos-desaparecidos por obra y gracia de la dictadura y la Concertación) con el consiguiente escándalo, precursor de los que constatamos hoy.

Mientras esto sucedía, las muchachas del barrio, más devotas de Agustín de Hipona que de Pablo de Tarso, hacían lo propio con nosotros, convirtiéndonos en voluntarias víctimas propiciatorias: ellas se encargaron de aliviar nuestras primeras erecciones priápicas, razón que me lleva a rendirles un merecido homenaje ante la posteridad.

Mi formación bíblica no paró allí: siempre fui de un espíritu curioso. Por ahí supe que Mateo, elegido apóstol después de la muerte y resurrección de Jesús, en remplazo de Judas Iscariote (hay gente predestinada…), antes de convertirse era concesionario del Imperio Romano: ya en esa época las concesiones eran un jodido negocio, y Levi, que así se llamaba Mateo antes de seguir a Jesús, cobraba los impuestos en Galilea a cambio de una modesta comisión: una verdadera AFP en dos patas. El sano ejercicio de tan noble oficio inspiró seguramente a Jesús cuando dijo “Dadle al César lo que es del César…” Lo hizo para ayudar a Mateo…

No se tienen pruebas ni testimonios de que Mateo, más conocido como El Evangelista (en esa época todos tenían un alias o 'chapa' por razones de seguridad, uno nunca sabe…) haya pronunciado la frase: “Señor, dame el altruismo y la generosidad, pero todavía no…”, pero hay fundadas sospechas.

Esto lo cuento a propósito, no de los empresarios como podría concluir erróneamente un juicio apresurado, sino de otro titular de la prensa internacional:

“Vaticano juzgará por ‘peculado y abuso de poder’ a un cardenal. Según un comunicado divulgado por la Santa Sede, la justicia vaticana ordenó ‘el envío a juicio de los imputados en el asunto relacionado con las inversiones financieras de la Secretaría de Estado en Londres’, cuyas audiencias comenzarán el 27 de julio. El Vaticano juzgará al cardenal italiano Angelo Becciu, expulsado por el papa Francisco en 2020 junto a otras nueve personas y cuatro empresas, en la causa que investiga supuestos fraudes que incluyen la compra de un edificio en Londres por casi 200 millones de euros.”

Como se ve, la presunción de inocencia sale sobrando, aun cuando las abrumadoras pruebas de adoración de cosas materiales, de la guita y otros pecadillos, hacen prever que Angelo Becciu y sus secuaces irán derechito al Infierno, lo que genera una incertidumbre mayor.

Me explico: la cuestión reside en saber si irán al cuarto Círculo del Infierno, donde van los avaros, o bien al octavo Círculo, que acoge a los culpables de fraude. Para más inri –si oso escribir– en el octavo Círculo hay diez recintos…

Al tercer recinto van los culpables de simonía, pecado que consiste en vender indulgencias y cosas sagradas. Allí se encuentran, entre otros, los Papas Nicolás III, Bonifacio VIII y Clemente V. El cardenal Becciu se encontraría allí en selecta compañía.

Al quinto recinto van los políticos corruptos, y abarrotado como está, ya no cabe ni Miguel Ángel Aguilera.

El sexto recinto está destinado a los hipócritas, pero tiene todas las plazas reservadas para los candidatos a la presidencia, y vista la cantidad, hubo que ampliar el coso.

No puedo extenderme más en la descripción que a Dante Alighieri le llevó cientos de páginas y no menos de seis volúmenes en la bella edición ilustrada de la Divina Comedia que me regaló Sandro. Espero sin embargo que esta breve ojeada te motive a leer la obra completa, en una de esas te apartas del mal camino.

Por mi parte, coincidencia feliz, al iniciar la redacción de esta nota me enteré, por la prensa, del fallecimiento del cura Karadima, gran pedófilo ante el Eterno, condenado en vida a gozar de las atenciones de decenas de monjas ocupadas de su bienestar y tranquilidad espiritual.

¿No es lindo el pecado?