
Enlace a esta columna
¿Pueden hablar los subalternos? Se preguntaba Spivak (2009). Esta pregunta esencial puede ser reconsiderada de la siguiente manera: ¿Nos interesa lo que tengan que decir? ¿Les hemos preguntado? ¿Van a ser oídos, escuchados? (Asensi Pérez, 2009). E incluso, adoptando levemente las ideas de Judith Butler (2011), también podríamos preguntarnos, ¿qué cuerpos-voces interesan, nos interesa? ¿Qué cuerpos y qué voces de los cuerpos merecen nuestra atención y por qué? ¿Qué cuerpos-voces son escuchables? ¿A qué cuerpos-voces les prestaremos atención?
En verdad uno de los resultados más nefastos de la Entzauberung (desencantamiento) del mundo y de la vida cotidiana (Max Weber, 1069), ha sido depender de la voz de los expertos que bajo el dominio de la racionalidad técnica (Habermas, 1968) ha ido colonizando el mundo de vida, los marcos de nuestras preguntas y, lo que es peor, las posibles respuestas. Seguimos sujetos a ese dictado de la modernidad, como si los otros no existieran. Privilegiamos unas voces-cuerpos a las que llamamos expertas, por sobre otras, a las que no sólo ignoramos, sino que les lanzamos nuestras propuestas, nuestras decisiones, nuestros discursos, y les obligamos, porque no tienen nada que añadir, a aceptarlas.
Fabricamos indicadores, nos aferramos al new public management, enaltecemos las pruebas estandarizadas, legislamos y establecemos curricula comunes y homogéneos para todos, creamos equipos de asesoramiento que se muestran ciegos a las demandas de los colectivos sobre los que actúan. De esta manera hemos ido acrisolando esta situación durante más de cien años. Los expertos, los ingenieros tienen la palabra, tienen la verdad y pueden decidir sobre la práctica social. Pero su práctica no es más que una técnica, una acción estratégica que anula y forcluye la voz de otros cuerpos. Esta colonización técnica ha sido tan profunda que ha llegado incluso hasta la raíz misma de la democracia.
Hemos vivido en una versión incluso dislocada de lo que Iris Marion Young denomina democracia agregativa (Young 2000), en la que la participación de la ciudadanía, la presencia de la vida (Deleuze, 2011) sólo ocurre distorsionada en el exiguo acto del voto, en la elección de qué élites tomarán las decisiones por el resto, en quién volverá a tomar el control bio-político de la vida. Hemos convertido a la democracia en un acto que niega la misma vida. Mientras, la desigualdad social, política y económica, la inequidad, la injusticia y la perseverancia de los privilegios persisten; el silencio de los cuerpos-voces se mantiene.
Pero a pesar de la soberanía técnica en el mundo de vida; el mismo mundo se ha visto, quizás por ello mismo, sometido a crisis constantes; endeudamiento, clima, pobreza, austeridad, y ahora pandemia. A pesar de los discursos cerrados y autorreferentes de los ingenieros, de los tecnócratas, de los economistas, sociólogos y psicólogos, nos hemos dado de bruces con la incertidumbre. Y aquí quizás sea el momento de suspender, poner entre paréntesis, como si fuera una nueva epojé, aquello que se nos ha dicho que tenemos que aceptar, los discursos y las voces repetitivas y alejadas de la vida misma. La vida, en su inmanencia, nos ha atrapado y en ella son pocas las certidumbres, si es que hay alguna, que pueda orientarnos. Vivimos en Chile un proceso inmanente de vida, un proceso constituyente en el que la ciudadanía puede asumir y determinar qué quiere para el futuro, bajo qué marco legislativo, quiere estar.
Este proceso constituyente es un proceso de asunción de vida misma que ocurre, y ahí su enorme valor, en momentos de profunda incertidumbre, en el que lo único cierto es la propagación del Covid-19, las muertes, la saturación de los hospitales, el encierro de los sujetos y la débil conectividad online. ¿Qué tenemos que aprender?,¿cómo vislumbramos el futuro?, ¿qué mundo de post-pandemia queremos?, ¿volveremos a lo mismo, a la misma y necrófila normalidad?
Chile se encuentra, a pesar de la pandemia y a pesar del gobierno, en un proceso constituyente, que es uno de los frutos (y no será el único) del levantamiento popular de octubre de 2019. Lo constituyente ha sido parte de la historia de Chile, que en forma de Asambleas Populares como las de 1822 y 2014 (Salazar, 2013) han sido constantemente sometida y anulada, por los poderes y las holigarquías económicas, políticas y militaras constituidas. Es nuevo proceso constituyente que ha sido ganado a pulso por el pueblo chileno, ha de tomar las riendas de la acción, de los hechos; y es así porque crea los hechos políticos a través del proceso constituyente mismo (Atria, Salgado, & Wilenmann, 2020). Éste es, como recuerda Salazar (2009) un proceso que en Chile se vertebró, a la estela y la tradición subterránea pero constante en su historia, a través cabildos, diversos y múltiples por todo el territorio.
El poder constituyente es un poder racional que se apoya en la deliberación constituyente, en el protagonismo de las voces-cuerpos que han sido sistemáticamente acallados. El proceso constituyente supone dejar espacio, asumir la presencia de la vida, escuchar a los cuerpos-voces que han sido postrados y silenciados. En las próximas elecciones nos jugamos crear un nuevo espacio público, donde la vida pueda aparecer, y desde ellos podamos consolidar una democracia deliberativa (Young, 2000). Pero si queremos que algo así ocurra, que del constituyente aflore un chile distinto, nuevo, un chile que afronte la exclusión, la desigualdad, la injusticia, el neoliberalismo, tenemos que, como señala Judith Butler (2011), centrarnos en los desposeídos; son ellos y ellas las que tienen que estar en el proceso, son a ellos y a ellas a las que tenemos que apoyar.
Enlace a esta columna
Columnas populares
Columnas más populares de las últimas 2 semanas.
Columnas por etiquetas
Listar columnas por etiquetas, también disponemos de un buscador.